Como remarcamos todos los meses, la violencia machista mata y no cesa en Argentina.
En las últimas horas nos enteramos de un nuevo femicidio y femicidio vinculado en Vicente López, provincia de Buenos Aires. Ayer hallaron asesinadxs en su vivienda a Daniela Carco y su hijo León Cáceres. El agresor, Gabriel Cáceres, era pareja de Daniela y padre de León. ¿Acaso estamos ante otro hecho aislado? ¿La violencia de género es una excepción?
Los casos de Daniela y León se inscriben en una Argentina donde en 2022 hubo 83 femicidios íntimos y 44 femicidios vinculados. Según los datos que relevamos en el Observatorio de las violencias de género Ahora que sí nos ven, el 64% de los femicidios también ocurrieron en la vivienda de la víctima, que compartía con el agresor, y en el 94,7% de los femicidios el agresor pertenecía al círculo íntimo de la víctima.
Al mismo tiempo, la forma utilizada para perpetrar los femicidios también coincide con los casos que usualmente registramos. Daniela y León fueron asesinadxs a golpes como el 17,3% de los femicidios ocurridos este año.
Además, Cáceres se suicidó. Del 1 de enero al 30 de junio de este año 23 femicidas se suicidaron y 3 intentaron suicidarse luego de cometer el femicidio. Esta situación impide que familiares y amigxs puedan conseguir Justicia. Sin embargo, se puede afirmar que el dolor y la reparación no se saldan con una sentencia al femicida, sino que una Justicia completa se logra con el funcionamiento pleno de la Justicia y las fuerzas de seguridad. Gabriel Cáceres había sido denunciado previamente por la hija de Daniela, quien fue agredida en reiteradas oportunidades por él. En lo que va de 2022 según nuestro registro el 17% de las víctimas de femicidio habían realizado al menos una denuncia previa y sólo el 9% de las víctimas tenían medidas de protección. Estos datos nos reflejan la ineficiencia del Poder Judicial y las fuerzas de seguridad que no logran (por acción u omisión) resguardar la integridad de las víctimas de la violencia de género, ni sufren ninguna consecuencia al desprotegerlas. Al parecer que la Justicia y las fuerzas de seguridad no hagan su trabajo tampoco es una excepción ni un hecho aislado. Por eso es necesario que sigamos exigiendo la implementación de la Ley Micaela en todos los poderes del Estado y que se capacite a todxs sus funcionarixs. Mientras, seguimos luchando por una reforma judicial transfeminista y, por qué no, una reforma de las fuerzas de seguridad y armadas transfeminista, con perspectiva de género y derechos humanos. Una deuda que tiene el Estado con nosotrxs desde la vuelta de la democracia.
Ante tanta indefensión y complicidad machista en las instituciones, nos quedan las redes solidarias. En este hecho fue la docente de León que luego de tres días de que el niño no asistió a la escuela y ante la imposibilidad de comunicarse con la familia, hizo la denuncia. Lejos del “no te metás” que sigue vigente, incluso para la violencia machista, la escuela se comprometió y actuó. Ese mismo compromiso resulta fundamental que se replique en todos los ámbitos sociales: las escuelas, las universidades, los empleos, los comercios, los medios de comunicación, la sociedad toda. A la vez, es vital que los varones se comprometan con romper con los pactos machistas entre ellos, incluso dentro de las instituciones. Menos mansplanning y complicidad y más compromiso con la igualdad.
Parte del problema de la violencia machista son los medios de comunicación y la reproducción que ejercen de discursos que perpetúan las desigualdades. En este hecho en particular, aunque puede observarse en otros, los medios titulan el caso de Daniela y su hijo como “horroroso” y “conmocionante”, como si les llamara la atención que algo así suceda. Pero, ¿es algo fuera de lo normal?
Analizarlo junto a las cifras de femicidios que registramos cada mes nos permite entender que no es un caso aislado. Sorprenderse les sirve a los medios (y a una parte de la población que los consume) de placebo y, en cierta medida, para fingir que no pueden hacer nada. Sorprenderse genera la fantasía de la no naturalización del hecho, dado que si lo normalizás estarías aceptando la violencia y si hubo un consenso después del primer NI Una Menos es que nadie está a favor de que maten a una mujer (por lo menos públicamente). Ahora bien, quizás la mejor fórmula para combatir la violencia machista es aceptar que cada 34 horas ocurre un femicidio y tomar conciencia de que esos hechos son la expresión más extrema de un entramado de violencias reproducidas y sostenidas por desigualdades de género, TODAS las desigualdades. En este sentido, algunos periodistas se preguntan, por ejemplo, ¿qué tiene que ver la brecha salarial de género con los femicidios? Bien podríamos contestarles: ¿cómo hace una mujer que está en situación de violencia y tiene un sueldo precario o que no tiene acceso al ingreso del hogar para irse de esa vivienda?
Es momento de abandonar la sobreactuación de indignación e identificarse como parte del problema. La violencia machista no es la excepción, es la regla.